En lo alto de la escalera, el alcalde, Rafael González, aguardaba con las ropas de gala. Pasaba media hora de las cinco de la tarde del Domingo Gordo y las dependencias del Ayuntamiento de Toro eran un hervidero de trajes tradicionales, panderetas, gentes nerviosas en busca de un hueco e impaciencia. En un parpadeo, el salón de plenos se llenó y, en otro más, Laura y Pablo entraron en la escena. Los dos jóvenes eran los protagonistas de la boda de carnaval en la ciudad, una cita ineludible cuando el calendario alcanza esta fecha.
En el inicio de la ceremonia, las mujeres de Tío Babú agarraron la pandereta, echaron la vista un siglo atrás y entonaron las canciones que entonces se cantaban en las bodas. Ahora, esas músicas regresan al Ayuntamiento una vez al año para recordarles a los toresanos dónde se encuentran sus raíces y de dónde proceden los ritos.
Como maestro de ceremonias, el alcalde tomó la palabra, habló de «la ilusión y la alegría» de la jornada, citó los tiempos de murgas y chirigotas que corren y se centró «en la gran boda». En el casamiento tradicional que se representa en Toro, los cónyuges no siempre son pareja en la vida real, pero Pablo y Laura sí cumplen ese requisito. Ahora son «novios de carnaval» y compañeros de viaje para el resto del año.
Pero antes de darse el sí quiero en la escena, Rafael González continuó con el ritual, explicó la importancia de «la complicidad, el cariño y el amor» y bendijo también a los padrinos, Rodrigo y Marta. Esta última le impuso el aderezo a Laura, en representación de «lo que ahora se conoce como las arras», y escuchó los sonidos de admiración de la comitiva, compuesta «por damas con sus mejores galas y hombres con capa castellana».
En ese momento, el alcalde le cedió la palabra al novio para que este le leyera el poema correspondiente a su pareja. El verso levantó el aplauso, por original, romántico y real: «Si no es contigo mi vida, para qué la quiero yo», lanzó Pablo para, a continuación, subrayar que ama «lo mismo o más que hace años a Laura» y expresar su disposición a pasar «un sinfín de buenos ratos». Su juramento fue correspondido.
Jolgorio y vivas
Las palabras finales del alcalde, que les deseó 50 años más de felicidad, precedió el jolgorio, los nuevos cantos de Tío Babú y el paseo por las calles hasta la Plaza de Toros, sede del baile. La lluvia emergió, como en toda la provincia, pero el ritual de toda la vida siguió adelante hasta el convite previsto en el Teatro Latorre.
Por las calles de Toro, se oyeron vivas a los novios mientras, en las calles contiguas, la fiesta se desbordaba por otros derroteros. En la ciudad, todo vale hasta que el miércoles diga lo contrario.