A la entrada de Almendra, la quietud invade la escena. No se escucha ni el vuelo de una mosca, no se aprecia vida humana. Es Domingo Gordo de carnaval y la gente está, pero hay que buscarla. La vida emerge cuando los cencerros empiezan a sonar como un rumor, y solo hay que seguirlos. De repente, en la parte de abajo de la localidad, a la subida de una cuesta, aparece una figura de aspecto temible. Es la Fiera Corrupia, y con ella viene todo su séquito.
En este pueblo de la Tierra del Pan, los implicados en el antruejo se cuentan por decenas, algo que tiene cierto mérito si se tiene en cuenta que el censo total no alcanza los 150 vecinos y que la tradición llegó a perderse, como en su día se esfumaron los tiempos más boyantes. Solo el empuje de un grupo de paisanos, allá por 2016, permitió la recuperación de la fiesta. En 2018, la Fiera Corrupia se consolidó.
Quien lo explica es el hombre que se oculta tras la máscara del personaje principal. Se trata de Eliseo Ramajo, que señala que, en Almendra, el antruejo se celebró «durante toda la vida». «Había zangarros y otros personajes, y el Ayuntamiento pagaba el vino y los arenques. La gente bebía, se iba de fiesta, se disfrazaba y cualquier cosa valía», apunta el vecino.
En torno a toda esa jarana de improvisación, siempre estaba la Fiera Corrupia, «que metía miedo a las mozas y a los niños». También era común que alguno apareciera con la manta del horno, pusiera unos cuernos por delante y se transformara en la vaquilla. «Ahora, las mujeres van vestidas con los trajes de la zona y el resto es como en los viejos tiempos: unos cencerros y a meter ruido», destaca Ramajo.
El pendón y el palio
En la comitiva, también reluce el pendón del pueblo, que viaja en manos de los vecinos «a modo de orgullo patrio», y pasa por delante del palio: «Aquí había un hombre que se disfrazaba mucho de monaguillo y que asustaba a los niños antiguamente. Por eso lo sacamos», aclara el vecino caracterizado de la Fiera Corrupia, que explica que parte del montaje se basa en una obra de Pío Baroja llamada Vitrina Pintoresca.
«Aquí hay cosas que se empezaron a conocer a raíz de las coplas que vendían los ciegos», añade Ramajo, que enseguida retoma el camino. De fondo aparece una conjunto de gaitas que anima el panorama y que traslada la fiesta a cada rincón del pueblo. En Almendra, la fiera marca si toca silencio o jolgorio.