Ahora que nadie nos escucha podríamos hablar de la niebla. Ahora que la niebla se ha ido, precisamente ahora, es cuando deberíamos hablar de la niebla. Ahora que por las calles volvemos a sonreír al mirar al cielo azul pálido de mitad del invierno, al reencontrarnos y reconocernos a más de 10 metros de distancia hemos de retomar esta conversación pendiente que ha pasado desapercibida en las últimas fechas y hablar, por fin, de la niebla.
Es posible que exista un vínculo caracterial entre la niebla y los zamoranos. La niebla se asocia a nuestra identidad con esa cualidad llamada inmanencia: se puede distinguir racionalmente a un zamorano de la niebla, pero va unida a nuestra esencia de modo inseparable. Tal vez tenga que ver con la estabilidad meteorológica que domina nuestros impulsos. Una ambivalencia afectiva que oscila entre el deseo eterno de cambio y el de permanencia y donde el segundo cuando no gana, hiere.
La ventaja que ofrece la niebla es que cuando nada se percibe con certeza todo es posible. Con todos los bordes borrosos crece el territorio de la hipótesis. Cuando no proyectamos sombras sobre las aceras podríamos ser quienes quisiéramos. Alguien podría haber robado los Nuevos Ministerios y haberlos sustituido por el Empire State. Brad Pitt podría haber pasado desapercibido de fiesta por los Herreros tras su gira triunfal por Valladolid. Los trabajadores del campo podrían haberse aliado con el único propósito de defender su futuro laboral.
La niebla acarrea sus riesgos. Temo que junto a la niebla crezca el muro de silencios. Silencios con las solapas de la chaqueta alzadas, que aprietan el paso al cruzar la calle. Los ruidos y los semáforos son molestos bajo la niebla, los faros de los mortíferos coches se nos estampan en los ojos, por cada joven perdido un recuerdo eterno y un abrazo que ojalá consuele, no sirven las farolas más que para iluminar un globo de fachada y constatar el paso de la nube a ras de suelo. La niebla bloquea los GPS y todos los kilómetros de carretera nacional son el mismo mientras se construyen autovías más allá del Duero.
La niebla atenúa todas las sensaciones. Aumenta la incertidumbre. Nos atenaza y hace que nos preguntemos qué hay ahí fuera. Si merece la pena salir del confort del sofá y la manta. Con el sentido de la vista embotado y las manos doliendo por el frío nos queda seguir adelante confiando en un mañana con viento del sur que espante al anticiclón. En que a la mañanita de niebla le seguirá una tarde de paseo. Que la luz horizontal del sol de invierno mostrará los contornos claros y definidos, que la diferenciación clara entre sombra y luz nos devuelva la seguridad. Que sepamos distinguir cada paso, y cada día, del anterior.
Por fin se ha ido la niebla. Por eso pienso que llegó el momento de hablar de ella de la única manera que la entiendo: ahora que se ha marchado, ya la estoy añorando.