Me gustaría pedirle a los Reyes Magos de Oriente volver a Zamora.
“Pues vuelve”, dirán algunos.
La mayoría responderían: no es que no quiera, es que no puedo.
Me incluyo.
En su último libro, el filósofo José Antonio Marina indaga sobre los impulsos que hacen que el ser humano se mueva en busca de la felicidad, lo cual entronca también con el deseo, la libertad y con otros aspectos como la religión o la política.
Repasando sus páginas y pensando en un éxodo hacia la ciudad, se llega a la fácil conclusión de que esta no es posible si en la zona de destino no se puede lograr la felicidad.
Y la triste realidad es que la felicidad está íntimamente ligada con el dinero en nuestra arquitectura social actual. Unos lo ansían más y otros menos.
Los que más lo ansían son las personas que, generalmente, emprenden y lideran empresas y, los que menos, los subordinados, pero ambos son necesarios para el otro. Por supuesto, quién más desea estar arriba no tiene el único móvil del dinero, pero es en el que me centro ahora porque… No tenemos que desear volver a Zamora, si no desear que haya más dinero en Zamora.
Hay una creciente oferta de empleo que permite el teletrabajo (por suerte) además de personas que desearían emprender en Zamora negocios descentralizados que no dependen de que su oficina (o almacén) esté en una gran urbe, pero la realidad es que hay escasas ayudas que permitan a las personas con recursos bajos (es decir, la mayoría de las personas) lanzarse a ello. Emprender está al alcance de pocas personas, menos aún si eso incluye llevarse el chiringuito a otra ciudad.
¿Podría pagar el Ayuntamiento, Diputación o Junta el AVE a Valladolid o Madrid? Al fin y al cabo, la mayor parte de los curritos se quedan en la ciudad desde dónde van a teletrabajar.
¿Podría haber ayudas a la creación de empresas para menores de 35 años, o de cualquier edad, con unos ingresos menores a los 35.000 euros al año?
Estas son el tipo de preguntas que nos asaltan a los integrantes de mi quinta cuando nos reunimos en fechas como estas y miramos a nuestro alrededor y suspiramos con morriña “qué agustito se está aquí”.
Creedme, en las grandes ciudades la gente está hasta el gorro del precio de la vivienda, de las aglomeraciones… el atraer a personas a la España Vaciada está más cerca de lo que creemos… o de lo que nos hacen creer.