Cabe consolarnos, en este año en que tampoco nos ha tocado la lotería de Navidad, con la sencilla lejanía de la ruina. Con que tenemos al alcance de la mano todo lo que deseamos encarnado en la figura de nuestros seres queridos, nuestras familias y nuestras modestas posesiones. Cabe conformarse, mientras suenan los cuartos, con la certeza de un techo acogedor y la salud por la que siempre brindamos. Cabe estar satisfechos, por qué no decirlo, con la modorra del cava y el murmullo de fondo de la televisión entrecortada por los petardos de los vecinos de enfrente, que conmemoran con estruendo que hemos arrancado otra página del calendario.
Pero en el tiempo libre que me han dejado estas navidades he estado pensando que lo anterior me sabría a poco. Que se puede rascar la helada del parabrisas y sentir el frío de diciembre en las manos. Que me gustaría hacerme presente acompañando a los amigos en la felicidad honesta por los que vendrán en 2024 y en el dolor por los que se han ido. Que me duele que en Belén de Judá los petardos del vecino sean letales y no solo ruidosos. Que no cabe disfrutar de que la niebla zamorana nos difumine de la vista la infame certeza de otro año más sin autovía hasta Portugal. Del escenario de la soledad de nuestros mayores y del abandono de nuestros pueblos, donde el simple cambio del número de teléfono de toda la vida por parte de la compañía supone violencia del sistema hacia la identidad de las personas. Que hemos de entrar en calor tras la cencellada que ha ralentizado nuestros movimientos contra el menosprecio impune de las instituciones regionales y nacionales. Que nuestra realidad demográfica, cercana al horizonte como el sol en un crepúsculo, sea aprovechada como laboratorio de ideas, fuente de recortes y tragedias ecológicas.
Por supuesto cabe ser felices con lo que tenemos: salud, dinero y amor. De hecho te lo deseo a ti, que me lees y acompañas en este año que se cierra. Pero mientras lo tengamos, también nos deseo a los zamoranos ese pálpito de inconformismo y te invito en palabras del poeta Dylan Thomas traducidas por el poeta Ben Clark:
No entres dócil en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete contra la muerte de la luz.