El gran momento del año en Riofrío de Aliste llega el primer día. Cada 1 de enero, la obisparra de Los Carochos lleva a las calles de la localidad «un teatro callejero abierto» con once personajes: El Diablo Grande, El Diablo Chiquito, El Gitano, El Molacillo, La Filandorra, El Ciego de atrás, El del Tamboril, El del Cerrón, La Madama, El Galán y El del Lino. En sus distintos roles, estas figuras pelean, bailan, implican a la gente y desarrollan lo que en el lenguaje moderno podría calificarse de «performance» bajo las reglas heredadas de los abuelos.
Por su carácter genuino y el esfuerzo de las gentes por mantenerla viva, esta mascarada fue declarada de interés turístico regional hace más de 20 años, aunque quienes trabajan por apuntalar la tradición son conscientes de que esto «va por épocas». Así lo ve uno de sus representantes, Rubén Gago, que admite que hace unos años había que hacer más hincapié en que se sumara la gente. Ahora, el viento favorable de las tradiciones ancestrales en general y el esfuerzo de Riofrío en particular provocan que corran buenos tiempos.
En este pueblo, la creación de una web, la publicación de una revista anual desde hace más de una década y el respaldo a los protagonistas que participan cada año ayuda, pero «Los Carochos son once mozos con su propia idiosincrasia». Es decir, muchas veces, el desarrollo de la fiesta depende del grupo que toque. Conviene subrayar que se trata de muchachos desde la incipiente adolescencia hasta cumplida la treintena, todos solteros; residentes en el pueblo o hijos de la tierra.
La relación personal
«Hablamos de un grupo cerrado de gente y también cuenta cómo es la relación entre las personas», abunda Gago. Los protagonistas de Los Carochos se visten y organizan la fiesta desde una óptica de rito de paso desde la juventud a la edad adulta. Su participación no se restringe a una edad en concreto ni tampoco a una partida de bautismo con fe de vinculación ancestral a la tierra. Hace poco, participó un chico búlgaro cuya familia trabajaba en la cantera de pizarra de la localidad. La lógica dicta quién entra y quién no.
Con todo, a Riofrío le salen los números para hacer la mascarada, a pesar de un contexto demográfico del que Gago no quiere hacer mención: «Los pueblos son muy ricos y no creo que se deba hablar machaconamente de algo que no ayuda nada», aclara. Lo que sí matiza este representante de la mascarada es la importancia del ritual para generar vínculo de pertenencia entre quienes están siempre en la localidad y los que van solo a veces pero se sienten parte de la comunidad.
No en vano, la mascarada «siempre ha sido la fiesta de mayor envergadura» de la localidad, particularmente desde su recuperación en el año 73 de la mano de personas como el periodista jubilado Isaac Macho. Los abuelos la retomaron y ahora la ven desde fuera, la apoyan y le dan empaque: «Esto sirve para unir a la gente y para poner en valor una tradición cultural ancestral que viene de muy, muy atrás y que es necesario que la gente conozca», abunda Gago.
Difícil de datar
En cuanto a los orígenes primigenios, la mascarada viene de tan antiguo que resulta imposible concretar una fecha y un motivo. «Todos los estudios sobre estos rituales sitúan el inicio en el Neolítico, en el cambio de una sociedad nómada a una agraria. Ahí se establecían ciertos ritos para las cosechas y Los Carochos también parecen ritos de fecundidad hacia los campos y hacia las personas», analiza Gago, que cita el monográfico de Bernardo Calvo sobre estas tradiciones como la fuente más fiable a la hora de responder estas preguntas.
Con todo, el representante de Los Carochos aclara que la mascarada ha ido evolucionando con el tiempo e incorporando aspectos propios de cada época: «Es todo muy complejo, muy largo y muy ambiguo», admite Gago, que incide en el valor comunitario que tiene la celebración para Riofrío, donde cada 1 de enero, asociado a este ritual, se sigue yendo por las casas a felicitar el año y a desear buena ventura: «Es una forma de cohesionar».
La visita
Los Carochos se hacen en el pueblo y con sus gentes, pero admiten público forastero. Gago recomienda a quien se quiera pasar por Riofrío el 1 de enero que acuda con la apertura de miras propia de quien va a ver una de las mascaradas en las que «la teatralización llega a cotas más elevadas» y donde, a veces, puede no comprenderlo todo. Quizá, un buen consejo es empaparse de lo que uno va a ver a través de la conversación con los lugareños.
Para disfrutar de la mascarada, también conviene estar por allí en torno a las once y media de la mañana, con el fin de ver la salida y los momentos «más impactantes». Los desconocidos suelen quedar libres de «perrerías», pero manchados de ceniza, así que la ropa cómoda y de abrigo entra igualmente dentro de los consejos para integrarse en una cita ineludible dentro del calendario de tradiciones de la provincia.