En los primeros 80, Miguel Ángel Sotelo quería abrir un bar con música en directo en Salamanca. De hecho, lo había apalabrado todo con un socio: «Era un local que tenía un patio y habíamos previsto organizar conciertos. Allí la gente me conocía mucho, porque había estado diez años estudiando, y lo teníamos listo para firmar», recuerda el hostelero zamorano. A última ahora, aquel copartícipe se le echó atrás y La Cueva del Jazz empezó a gestarse. Es decir, la historia que van a leer a continuación podría no haber ocurrido nunca.
Pero sucedió. El 30 de diciembre de 1983, Sotelo abrió por primera vez las puertas de La Cueva en Zamora: «Lo hicimos un día antes de Nochevieja para estar preparados, se llenó y ahí empezamos las andadas», explica el hombre que sigue tras la barra. Han pasado 40 años y más de 1.400 conciertos entre el local de arriba, el de toda la vida, y el de abajo, el que se abrió en 2008 después de que una denuncia por ruidos enterrara la música en directo en el espacio originario, que conserva la mística de aquellos tiempos.
Las jam session y los recuerdos del primer local
Esos recuerdos que guarda el bar aparecen también en la memoria de Jandro Vázquez, uno de esos músicos que se dejó caer por el escenario antiguo, que compró su primer CD en el bar, que disfrutó de las jam session y que incluso se permitió el lujo de conservar su bajo a pesar de la insistencia de un miembro de La Cabra Mecánica que quiso comprárselo tras un concierto. En La Cueva, claro.
Curtido en los Mentales y en los Explotaron, este amante de la música desde todas sus ópticas pone voz al sentimiento de la gente cuando piensa en los 40 años de este negocio: «Aquí hemos vivido la pasión y hemos conocido temas y grupos que no escuchábamos en la radio ni en casa, pero también hemos hecho amigos dentro y fuera de la barra», afirma Vázquez, que cita el blues, el jazz, la música negra y el indie: todo, sin salir de La Cueva y amparado por «una acústica irrepetible». «Con los grupos que sonaban bien, esto era atronador», asegura.
Jandro Vázquez pertenece a una generación que lo ha vivido casi todo en La Cueva, que encontró en ella un lugar donde escuchar, discutir, vibrar y tocar, lo mismo que fue, años más tarde, para Javier Martín o Sergio Portales el local de abajo, el que ha organizado más de 900 conciertos en 15 años de vida: «Para nosotros, suponía la oportunidad de poder tocar, de sentirte en una sala de verdad, de ver que un día ibas tú y al siguiente Freedonia», indica Martín, batería de grupos como Caeiro o Ladri di Biciclette. Precisamente, el nombre de ese grupo con referencia al cine italiano de mediados del siglo XX se acordó alrededor de una mesa en el bar de arriba.
«Te sientes grande»
Ya en el establecimiento de La Horta conoció los escenarios Portales, un guitarrista zamorano con proyección exterior que se estrenó en La Cueva de adolescente y que ha seguido visitando este lugar con frecuencia: «Hay otras ciudades en las que tienes más bares, pero como este, así de equipado y con ese equipo técnico, no», afirma el músico.
Portales, que también perteneció a Caeiro, recuerda particularmente cuando su grupo teloneó en La Cueva a Depedro y pudo sentirse grande en el hogar de «los principales mecenas de la música en Zamora, junto al Avalon». «Sitios como este apenas quedan en España y son fundamentales para que la gente siga evolucionando artísticamente», analiza el guitarrista.
Entre las grandes aportaciones de La Cueva del Jazz a la música local se encuentra la creación del ciclo de grupos zamoranos, una iniciativa que se estrenó en el año 2000 y que se mantiene como esa ventana abierta para la gente de la tierra: «Siempre están disponibles», admite Cecilia Serrano, componente de conjuntos como Titis Twister o Huckleberry: «Este es un lugar donde el público siempre está lleno de músicos y puedes encontrarte con tus colegas o conocer gente nueva», apunta la artista zamorana.
«Es alucinante lo que pasa aquí»
A su lado, Rebeca Mostajo, también de «las Titis», ve La Cueva como «una clara oportunidad para la gente que está empezando» y destaca el lujo que supone para Zamora: «Los músicos de fuera con los que hablamos lo dicen: Es alucinante lo que pasa aquí». No solo es la programación de «musicazos de la leche», todo lo que genera este local junto al Avalon da forma a una atmósfera imprescindible para la creación y para la supervivencia de los proyectos locales.
Con el paso de los años, Miguel Ángel Sotelo y su mujer Rosa han ido delegando determinadas funciones en su hijo Óscar, que nació seis meses después de aquel 30 de diciembre del 83 y que entiende que «lo grato y lo que vale es el concierto de todos los días y hacer disfrutar a la gente», no tanto los grupos con nombre, que también los ha habido. Sin ir más lejos, un 13 de junio de 1997 se plantaron en el escenario de La Cueva antigua Los Piratas. «Muchas veces, la gratitud se consigue con los pequeñitos», matiza el representante de la segunda generación del negocio.
Óscar Sotelo subraya que «mucha gente de Zamora recuerda que aquí vio su primer concierto, y eso aporta mucha energía», aunque no siempre las ayudas lleguen acorde a lo que uno espera, a o a pesar de que las licencias para abrir el nuevo local tardaran, en su día, casi cuatro años. Eso es lo que duró el parón: «Cuando volvimos fue apoteósico. Antes, organizábamos entre 30 y 40 conciertos al año y ahora vamos a cerrar 2023 con casi 90», apostilla.
Tanto él como los músicos que han participado en este reportaje inciden en que la banda «siempre es la protagonista» en sus actuaciones. No está de fondo, no es un complemento. Es el elemento central. Tampoco sucede en todos los sitios. «Además, tanto aquí como en el Avalon, yo me fío. Voy a ver a los grupos porque sé que me voy a encontrar algo bueno», recalca Jandro Vázquez: «Si nos apoyan, seguiremos ofreciendo música en directo a la pequeña ciudad de Zamora», zanja Óscar. Este sábado, 40 años más tarde, hay concierto en La Cueva del Jazz.