El sol que buscaba este martes casi toda la provincia estaba en un rincón de Sanabria y, amparado por sus rayos y sin niebla, el pueblo de Vigo sacó a la calle la Visparra. Entre carreras, sustos, risas y exaltación de la vecindad, sus personajes recorrieron los interminables recovecos que tiene este anejo de Galende para representar la tradición que les legaron sus mayores. No ha sido fácil mantenerla. De hecho, llegó a haber una preocupante discontinuidad en su organización, pero esta generación la ha retomado y ha implicado a todas sus gentes. Ya hay arraigo otra vez.
La mascarada gira en torno a la filandorra, un personaje principal «ambivalente», con doble cara, disfrazado a la par de hombre y de mujer. Junto a ella, aparecen los ciegos, que representan al pueblo bajo y sufridor contra las directrices del cura, que sale protegido por los soldados. Por detrás llegan los visparros, que ejercen como agitadores y comparsas, mientras que las talanqueiras, con sus cuernos, redondean el espectáculo en la calle y embisten sin dañar.
El sentido de la fiesta habla de un pueblo deseoso de rebelarse contra la autoridad religiosa. Vigo mantuvo en pie ese sentimiento durante años, aunque se desconoce cuál fue el origen cierto de la mascarada: «Es algo inmemorial, pero la burla ha aparecido en todas las civilizaciones», explica uno de los participantes, Francisco Gallego, que subraya que la localidad celebró la Visparra desde hace 150 años, «de manera sistemática», hasta que decayó en torno a 1970.
La recuperación
Tras un intento frustrado de recuperación en 1994, hace unos años, la mascarada «se revitalizó con mucha fuerza». «Un 70 u 80% es igual que siempre. Lo que ha cambiado ha sido el «teatrillo de día», que prácticamente se ha suprimido, y la quema del ciego, que ha surgido adaptada a semejanza de lo visto en otras tradiciones de la zona, particularmente las del norte de Portugal.
Entre lo que sigue, más allá del recorrido por el pueblo, destacan los casamientos, que se pronuncian desde lo alto de la iglesia del pueblo y que antaño llevaban la «intención de una broma pesada». «Ahora casi no hay gente para casar y lo que queremos es que sea una nota de recuerdo», aclara Francisco Gallego.
En general, toda la recuperación de la fiesta se basa en la intención de «agarrarse al pasado para mirar al futuro». «No se puede olvidar lo que hemos hecho antes», advierte otro de los implicados, Javier Gallego, que apunta también que el material y el colorido de algunos trajes ha cambiado sin que la esencia haya variado en absoluto.
Varias generaciones
La continuidad en el tiempo, el paso de la tradición de los padres a los hijos, quedó patente durante la celebración. En el aguinaldo tradicional durante el recorrido por el pueblo, Remedios y Pepe, ambos de la generación del 31, detuvieron a la comitiva para entregar chorizo, turrón y una pequeña cantidad de dinero. En sus carritos o empezando a danzar, niños como Emma, Martín o Yanay observaban las escenas, tocaban a los personajes y abrían los ojos como platos sin darse cuenta de que, en la Visparra, estaban recibiendo una parte de la herencia cultural que les corresponde.