Mañana del día de Nochebuena y decenas de personas hacen cola en la calle de El Riego. Manuel es uno de los que está cerca acabar la espera. «Llevo aquí desde las nueve y media«, asegura. Es ya casi una hora de espera, en la acera, a poco más de cero grados. ¿La recompensa? «Dos docenas de cañas zamoranas y una de pasteles». ¿La causa de la cola? La Pastelería Barquero.
Conchi y Merce son las dos trabajadoras que están al otro lado del mostrador. Hoy, no paran. Son cientos los zamoranos que durante la mañana de Nochebuena (y también en Nochevieja) se acercarán hasta la pastelería para recoger el postre de la cena de esta noche. «Hoy vendemos sobre todo cañas, pasteles y tartas«, asegura Conchi. «De cañas, hemos vendido ya más de diez bandejas». Cada bandeja tiene unas noventa cañas, y todavía no son las diez y media de la mañana. «Pasteles, cientos. Y tartas, igual».
En Barquero, en la mañana de Nochebuena o Nochevieja, pueden venderse fácilmente más de tres mil cañas zamoranas. Su fama las precede y justifica que, para muchas personas, valga la pena estar una hora a la intemperie. Cerca de la pastelería, si uno sube unos pocas escaleras que van a dar a la calle Escuernavacas, está el obrador. Ahí el trabajo es también intenso y, afortunadamente para las cuatro personas que allí están, el horno da el calor que le falta al día.
«Las cañas ya ves, cuesta más hacerlas que comerlas». Romualdo Campano se afana en hacer más cañas, confiesa que ha dormido poco y se muestra incapaz de cifrar el trabajo del día. «Hoy hacemos miles«, asegura. El trabajo es totalmente artesanal. Se hace la masa, se estira hasta dejarla muy fina y, con un «canutillo» de metal, se hace la forma. Después se fríe, se rellena de crema y se le espolvorea azúcar y canela.
Una vez llena la bandeja, un trabajador sube las escaleras y la baja a la pastelería, donde Conchi y Merce cierran el círculo. Son ya más de las once y la cola, lejos de mermar, es cada vez más larga. La espera, eso sí, merece la pena.