Cabe saber que el Universo Vino es un microcosmos complejo, que voy a intentar describir. En el centro como núcleo irradiador se encuentran los productores; muy cerca orbitando, los prescriptores; y en el siguiente aro elíptico el universo winelover. Todos estos, asumámoslo, son unos “flipados”, que a veces parece que hablan en élfico. Y en posteriores capas gravitando los consumidores, desde los iniciados y avezados a los que se sientan al fondo del autobús, pasando por diferentes estratificaciones.
Yo, como miembro de un grupo de flipados entre los que me asumo, he de decir que aborrezco algunos términos que utilizamos. Uno de ellos es “Vino de Autor”, tan 2000. Se empezó a utilizar como contraposición a vinos que seguían las pautas y tiempos marcados por los consejos reguladores de la Denominación de Origen de turno, que me parece una entelequia atroz, ya que los vinos no son nunca apátridas. Tampoco me gusta nada hablar de “vinos de mínima intervención“, un vocablo que se está poniendo de moda de la mano de elaboradores de los mal llamados “vinos naturales” y corrientes biodinámicas, ya que si es así ¿por qué me cobras el vino si no intervienes en nada? ¿Dónde queda el oficio de enólogo y vitivinicultor?
Pues bien, con estas hace poco contactó conmigo Enrique Domínguez Fernández, a partir de ahora Quique de Valcabadino, que tras el merecido descanso de sus padres en un local mítico como la Bodega Valcabadino, punto de meriendas y encuentros familiares, ha querido retomar un legado de más de tres siglos. Quería que catase sus vinos. Yo encantado. Nada más entrar en mi tienda me dijo “Te presento mi vino blanco de autor de mínima intervención”. Me bajo de la vida.
Y es que Quique dirá lo que quiera, pero cuando haces solo mil quinientas botellas de un vino de variedad Doña Blanca de setenta años de antigüedad, que has mimado tú mismo, con un toque de Moscatel que decides no despalillar, fermentas con pieles para después criar en barricas de trescientos litros de roble americano, francés y centroeuropeo con battonage intenso durante más de dos años y después otra crianza biológica de al menos seis meses de velo en flor. Y por si era poco, un año decantando de manera natural para no clarificar ni filtrar. Puede ser muchas cosas, pero no de mínima intervención. Y a mucha honra.
Lo nuevo de Quique de Valcabadino es esto. Tras otras elaboraciones más enfocadas a un pasado a caballo entre el hostelero y el elaborador, también de buena factura pero quizás más convencionales, nos presenta este vino de un ámbar pálido, con una nariz intensa que te traslada desde las arcillas y gravas del paraje de Valcabadino hasta los alberos de Sanlúcar de Barrameda, con manzana crujiente, frutos secos, miel, y anises. Una boca intensa, punzante y con buen cuerpo. El alcohol queda equilibrado gracias a un toque de acidez volátil afilado, para tener sapidez, toques a almendra amarga y corteza de limón escarchado.
Pues eso, un vino de autor con la máxima mínima intervención, que te vale para elaboraciones de pescado crudo, o incluso carnes. Bien frío. Puedes beberlo ya, pero esto va a perdurar en el tiempo.
Yo a esto si me subo.
Vino: Valcabadino Autor Larga Custodia.
Elaborador: Bodegas Valcabadino.
Zona: Tierra del Vino de Zamora
Variedad: Doña Blanca (Malvasía castellana) con un toque de Moscatel de Grano Menudo.
Crianza: 30 meses en barricas de 300 litros de roble francés, americano, y centroeuropeo (25% nuevas). Posterior crianza biológica.
Precio: unos 18€.
Por cierto, “vino de Autor de mínima intervención” en élfico es “Sakuma, silmëinte antanya mehtanë”. De nada, para eso estamos.