Zamora, invierno: apenas tres grados y viento gélido. El día pide poca pausa a la intemperie, pero Aurora Blanco está acostumbrada. Pertrechada con varias capas de abrigo, la mujer señala también a su izquierda, donde aparece un aparato negro que hace tiempo que se estrenó: «Mira, toca la estufa. Esto me da mucho calor», apunta esta mujer de Casaseca de las Chanas, una de las vendedoras más veteranas, si no la que más, de la marquesina del Mercado de Abastos.
La hortelana lleva 44 años allí. No exactamente en el mismo punto de la marquesina, pero sí al amparo del mercado. Le queda poco en su rincón. Dentro de apenas tres meses, se habrá mudado a la nueva instalación provisional de La Marina, donde se ubicará esta vez en el interior: «Dentro de la carpa estaremos todos juntos, o eso nos han dicho», comenta la vendedora, que aparece rodeada por cajas con frutas y verduras y tras la báscula que usa para pesar el género. Eso también abriga.
Esta zamorana prefiere no hacerse demasiadas películas sobre lo que supondrá el cambio: «Iremos donde va la gente. Si quieres bien y si no ya sabes, para casa. No sé lo que pasará, supongo que seguiremos más o menos igual», analiza Aurora Blanco, mientras su nieta la observa divertida. Su hija también trabaja dentro del mercado. Esta es una cuestión familiar.
De lunes a sábado, pase lo que pase
La hortelana mira hacia su género y asegura que «todo es de la huerta». «Si no pasa ninguna cosa», esta mujer acude a vender de lunes a sábado aunque el frío apriete o el calor castigue. «No sé cómo será el precio en comparación con los supermercados, pero la calidad es de otra manera», advierte la vendedora de Casaseca de las Chanas, consciente de que no compite en igualdad de condiciones.
«Tenemos clientes de hace muchos años, pero ahora hay mucho supermercado al que se llega con los coches, se aparca y es mucha comodidad. Aquí eso no se puede», desliza. Blanco también reconoce que los años pasan y, con ellos, los hechos inevitables: «Mucha gente que nos compraba se ha muerto», constata.
Siempre en la calle
De vuelta al traslado inminente, Blanco admite que una cosa se le hará extraña en el hogar provisional que tendrá mientras duren las obras: «Siempre he vendido en la calle, no sé ni los años que llevo», más allá de los 44 que acumula en la marquesina.
Pero lejos de nostalgias, su preocupación ahora es que los últimos días «han estado flojos para la época del año que es». «O esperan a última hora o igual ya han comprado», sopesa la vendedora, antes de zanjar. «Aquí el precio va a estar igual 15 días antes o después».