Irene Escolar (Madrid, 1988) llega el viernes al Teatro Principal de Zamora para representar la obra Finlandia, de Pascal Rambert, junto a Israel Elejalde. La ganadora del Goya a Mejor Actriz Revelación en 2015 ha vivido un año prolífico en cuanto a representaciones y rodajes, con papeles en la película Las chicas están bien, de Itsaso Arana, o en series aún por estrenar, como Las largas sombras (Disney +) o Las abogadas (TVE). En esta última hace el papel de una joven Manuela Carmena y adopta un registro muy alejado del que mostrará ante el público de la ciudad sobre las tablas del liceo municipal. A un par de días de la cita, analiza su trabajo y su año desde una perspectiva abierta a lo que venga; a lo que se ha ganado año tras año en la profesión.
– En alguna ocasión ha dicho que representar Finlandia llegó a parecerle un poco terrorífico por el tipo de obra que es. ¿Cómo ha logrado dominar esas sensaciones?
– Es la segunda vez que me enfrento a un texto de Pascal (Rambert). La primera fue en Hermanas, con Bárbara Lennie. La hicimos hace unas cuantas temporadas ya, pero no me pillaba de nuevas; en aquella obra fue todavía más fuerte. Yo creo que trabajar con Pascal no tiene nada que ver con hacer teatro en general, por lo menos desde mi experiencia. El suyo es un teatro de texto, obviamente, pero se acerca más a algo performativo, porque te coloca en un sitio energético que te lleva muy al límite de tus posibilidades todo el rato. Y esa energía, que pasa mucho por el no controlar las cosas con un texto tan complicado y tan filosófico, da mucho vértigo, porque siempre tienes la sensación de estar al filo, de que realmente no tienes nada bajo control. Tu instrumento tiene que estar muy afinado y aun así cualquier cosa puede ocurrir, que es algo que siempre pasa en el teatro, pero en este tipo de trabajo se hace todavía más evidente. Es más complejo.
– ¿La voluntad que tiene el director de provocar al público también la implica a usted como actriz?
– Tiene que ver con una agitación. Sus funciones suelen ser muy violentas y Finlandia lo es. Es una separación en una habitación de hotel y ahí también hay algo que busca generar sensación de peligro en el espectador. Es muy difícil ir a ver una función de teatro y sentir ese peligro, a mí me pasa muy pocas veces, y creo que es lo que ocurre al final en este tipo de funciones, que no sabes hasta dónde son capaces de llegar. Te cuelas en la intimidad de dos personas que están al límite de todo y él quiere que entres en esa energía, que como espectador también te quedes paralizado ante lo salvaje que puede ser la violencia que generamos uno contra el otro y contra nosotros mismos.
«En la obra, te cuelas en la intimidad de dos personas que están al límite de todo, y Pascal quiere que te quedes paralizado ante lo salvaje que puede ser la violencia que generamos»
– ¿Hasta qué punto le exige un esfuerzo extra?
– El trabajo de Pascal es muy complejo desde que te pones a memorizar el texto, porque escribe sin signos de puntuación. Por eso, de entrada, ya es bastante diferente al trabajo habitual. Tú tienes que tener muy claro cuál es tu pensamiento y qué quieres decir con cada frase, porque te lo tienes que ir puntuando tú. Imagínate, hay miles de posibilidades en un texto en el que no hay ni puntos ni comas. Una vez tienes eso entra el memorizar. Cuando me dicen que es difícil aprenderse un texto, yo siempre comento que al final es lo más fácil, pero en este caso es muy complejo, porque no es un texto al uso: nadie habla ni se expresa de esa manera. Son frases muy repetitivas, es un teatro que bebe mucho de Koltès, bebe mucho de Lagarce; es un teatro muy francés, con mucha repetición de conceptos, pero con palabras y formas de expresarse diferentes. Entras un poco en un bucle en el que a veces es difícil estar un día entero y conseguir pasar de una frase memorizando. Requiere de muchas ganas y de mucho esfuerzo, sí.
– Las actrices y los actores tienen que interpretar a sus personajes independientemente de sus circunstancias personales. ¿Cuesta encajar la vida real con los papeles que exigen este nivel de implicación?
– Sí, tienes que estar muy fuerte física y emocionalmente para hacerlo. Si no, yo no creo que sea muy recomendable, porque te colocas en un sitio tan frágil, donde sientes tanto miedo, que si no estás muy fuerte no es como pasa otras veces. Normalmente, nosotros podemos aprovechar nuestros momentos vulnerables como algo bueno para el trabajo, pero aquí es diferente, porque te tienes que poner por encima de todo eso para entrar y luego sostenerlo. Son funciones en las que, cuando acabas, tienes muy alto el cortisol y cuesta mucho dormir. No dejas de estar en una discusión muy fuerte con otra persona, donde hay mucha violencia y el cuerpo eso lo recibe cada día. A mí me parece un tipo de teatro muy especial, me gusta verlo como espectadora y por eso también creo que es interesante que el público aquí en España pueda verlo, porque no es tan habitual. Pero sí es cierto que te tiene que apetecer y que tienes que estar en un momento personal donde te sientas fuerte. Hay un trabajo como de soldado, porque te metes en un sitio que te va a requerir ese trabajo.
«En esta obra hay un trabajo como de soldado, y para interpretarla tienes que estar en un momento personal en el que te sientas fuerte»
– ¿Qué cambia de las representaciones diarias en los teatros de Madrid a las giras que se hacen por las provincias?
– En cierto sentido, como es un texto tan complicado, cuantas más veces seguidas lo haces mejor, porque lo tienes más fresco. Pero luego también es verdad que estando un mes entero… En otros países, estas funciones de Pascal las hacen como mucho una semana, porque es muy difícil sostenerlo todos los días. Cuando estuvimos en La Abadía (Madrid) un mes y medio, había veces que pensaba: estoy totalmente reventada, es que no puedo más. Ahora tengo un gran entrenamiento, porque no tengo que pensar en el texto. Para mí, llevamos casi un año y medio con esta función, y durante esta segunda temporada siento que empieza a estar en el punto en el que tiene que estar. El cuerpo no está tan alterado, tan nervioso; el texto lo tienes como muy integrado dentro. Pero ha tenido que pasar un año y medio para que nosotros pudiéramos tener esa sensación de que podemos con el texto. El año pasado estaba la sensación de este texto puede conmigo y eso te deja muy agotada.
– En paralelo, ha incrementado su presencia en rodajes de series de televisión, con dos en concreto durante este último año. ¿Cómo se compatibiliza con el teatro, teniendo en cuenta que cada papel es diferente y que ni siquiera es el mismo formato?
– En este caso, este año he tenido la suerte de poder trabajar en estas cosas tan diferentes que comentas y no se han solapado, así que he podido disfrutar. Normalmente siempre estoy encajando las cosas que quiero rodar, con giras de teatro o con ensayos, y ahí sí que es más difícil. Pero en este caso todo lo que he rodado ha sido como una manera de respirar también, porque no tiene nada que ver el trabajo de Pascal en esta función con lo que yo he tenido que hacer en estas dos series que también son muy distintas entre sí. Era fácil, porque como energéticamente son tan diferentes pues es como que cambias el chip y dices: vale, ahora estoy en esto. Es más un juego en el que te vas moviendo para ver qué requiere cada proyecto. También es lo que me gusta tanto de poder rodar y hacer teatro, que son disciplinas muy dispares y cada una necesita unas cosas. Te va sumando mucho. Yo no puedo utilizar las cosas que he aprendido en Finlandia exactamente para un rodaje, porque la cámara eso no lo aceptaría, pero sí que me he colocado en esta función en sitios muy, muy alejados de mí como mujer y he sentido un agotamiento que luego he podido aprovechar. Es difícil, pero siempre se pueden coger cosas. El teatro lo que te da es mucho entrenamiento de estar todos los días colocándote en un sitio. Si lo aprovechas, aprendes mucho sobre dónde eres capaz de llegar.
«Es muy difícil ir a una obra de teatro y sentir el peligro como espectador»
– En televisión, pronto se podrá ver su interpretación de una Manuela Carmena mucho más joven de lo que era cuando fue alcaldesa de Madrid y, por tanto, en un periodo muy distinto al de la persona que usted ha conocido. ¿Cómo se afronta este papel de una mujer real, pero con la obligación de fijarse más en su pasado?
– Es un reto súper complejo, la verdad. Lo que he intentado mucho durante este proceso es quitarle hierro, porque si no la presión de que sea una mujer tan conocida y tan querida nunca es buena. Como hay muy poco material de ella en esa edad leí mucho. Y luego la he estado observando energéticamente: qué cosas desprende cuando habla, cuando da entrevistas, cuál es su punto de vista de las cosas. En ese sentido, sí que he podido hacer un trabajo quizá no tanto de parecerme a ella físicamente, que me resultaba lo menos interesante, sino de intentar coger la esencia de lo que creo que ella es. Sería muy diferente a los 20 años, porque yo hago de los 20 a los 30 y la persona evoluciona mucho desde entonces. Pero para mí ha sido coger cosas, cadencias a la hora de hablar, la manera de mover las manos, la manera de ver el mundo también: de una forma optimista, con mucha humanidad, con una autoridad sin alardes… Muchas cosas que he intentado captar observándola y escuchándola para luego trasladarlo a lo que estaba escrito. Y ese ha sido el trabajo con el personaje de Manuela.
– ¿Y el personaje de Las largas sombras?
– He hecho esta serie con Clara Roquet, que fue la ganadora del Goya a la Mejor Dirección Novel hace un par de años, y es un thriller en el que hago un trabajo muy diferente al que he hecho hasta ahora. Es de las cosas de las que más orgullosa me siento, porque creo que no tiene nada que ver conmigo este personaje. Es algo que yo podía haber hecho algo más en el teatro, un trabajo de construcción que en televisión no había podido llevar a cabo tanto. Aquí me han dado la oportunidad de interpretar a una subinspectora de Policía con mucha violencia reprimida, mucha rabia, mucha tristeza y muy determinante.
«Siempre he hecho personajes muy intensos, muy dramáticos, pero este año estreno dos series con papeles muy diferentes, algo que para mí es un regalo»
– Ha dicho en alguna ocasión que no le gustaba que la gente la tratara como una actriz intensa, sino como alguien capaz de tener muchos registros, incluida la comedia. ¿Vamos a ver más papeles suyos cercanos al gran público?
– Es totalmente cierto que el gran público me conoce mucho por haber hecho de Juana la Loca en su momento (en la serie Isabel, TVE) y luego no tanto. La verdad es que a mí me encanta todo. De hecho, hay una película que se estrena ahora en Filmin, y que ha estado en cines hasta hace muy poquito, que se llama Las chicas están bien. Es una película preciosa y ahí sí que he podido sacar esa parte más cómica que yo quería sacar desde hace mucho tiempo en pantalla y que no había podido. Me ha gustado muchísimo, porque me encanta la comedia.
– No se eligen siempre los papeles.
– Claro. Es verdad que hecho muchos papeles dramáticos, personajes muy intensos. Yo lo entiendo, pero siempre pueden llegar otras oportunidades para estos registros como el que te mencionaba, y con el personaje de Manuela también, porque no tienen nada que ver. Estrenar en un año dos series de televisión con dos personajes tan diferentes es algo que me tiene muy ilusionada y que es una suerte, un regalo.
– Otro proyecto distinto para usted fue Escenario Cero, una fusión entre las artes escénicas y lo audiovisual. ¿Hay voluntad de continuar con él o, más bien, de retomarlo casi cuatro años después?
– Nos encantaría, pero una vez se abrieron los teatros y la vida volvió un poco a la normalidad, o lo que sea eso, sentimos que el proyecto no tenía tanto sentido. Las cosas, aunque funcionen, hay que saber cuándo tienen sentido y cuándo no.