Vicente Rueda, Luis Calamita y Ángel Galarza Gago son el ejemplo de la devastación que la Guerra Civil produjo en el seno de la sociedad española. Y, en este caso y más concretamente, en la sociedad zamorana. Rueda, Calamita y Galarza son tres hombres ligados a una misma historia, historia que María Castro cuenta magistralmente en «Es tan fuerte la noticia», libro presentado hace unas semanas en la librería Semuret de la capital.
Para entender la historia es necesario conocer primero a sus protagonistas. Luis Calamita era, cuando estalló la guerra, el director del Heraldo de Zamora, periódico fundado por su padre y que se imprimía, además, en la imprenta de la familia. Estaba ubicado en Santa Clara, en el mismo edificio que aún hoy cuenta con un letrero con el nombre. Calamita, ante el clima de enorme tensión vivido en Zamora antes del estallido de la guerra, decide huir a Madrid sin saber que esa decisión truncaría su vida. Al desencadenarse el conflicto el director del Heraldo queda en zona republicana y es apresado (por orden de Ángel Galarza), trasladado en octubre del 36 a la cárcel Modelo y ejecutado, en noviembre de ese mismo año, en el mismo muro de ladrillo de la prisión.
Quién lo mató es un misterio, pero Vicente Rueda pagó por el crimen y en 1940, acusado de haber apretado el gatillo de la pistola que acabó con la vida de Calamita, muere ejecutado en los muros del cementerio de La Almudena, también en Madrid, donde estaba detenido. Rueda mantuvo su inocencia hasta las últimas consecuencias. Lo hace incluso en la carta de despedida que, la noche antes de morir, escribe a su tía María, que vivía en Toro. «Es tan fuerte la noticia que no sé cómo contársela a mi madre», asegura en una frase que da título al libro de María Castro.
La vida posterior
La historia marcó por completo la vida de dos familias residentes en la Zamora de la postguerra, una ciudad pequeña, de unos 20.000 habitantes, donde los Rueda tuvieron difícil encarar el futuro una vez se consumó el triunfo de los sublevados. La familia de Vicente Rueda, que poseía una mercería y una vivienda en los antiguos soportales de la Plaza Mayor, los que estaban junto a la iglesia de San Juan y que ya no existen, perdió el negocio, a varios hijos y al cabeza de familia, Gonzalo, fallecido en el 1938 de una angina de pecho antes de cumplir los cincuenta años.
El caso de Vicente Rueda es un claro ejemplo de aquellos «juicios de viudas» que protagonizaron los pequeños años del franquismo, los más duros en lo que refiere a represión política. El sumario analizado por María Castro indica que Ángel Galarza Gago (nombre conocido por muchos zamoranos, pues tiene una calle en Zamora) manda venir a Vicente Rueda y a Sixto Fernández, ambos zamoranos, y les encarga la ejecución de Calamita.
Lo que dice el sumario
«Yo no puedo hacer eso», cuentan los escritos que dijo Vicente Rueda. «Yo sí», dijo su compañero, que había perdido a su padre y a su hermano en Zamora, ejecutados también por cuestiones políticas por el bando rebelde. Esto es lo que dice el sumario, pero las declaraciones se obtenían de tal manera que es imposible saber si eso es cierto o no. Vicente Rueda, eso sí está claro, es el que firma el «recibí» del preso Luis Calamita con la excusa de un traslado de prisión. Sale de la Modelo, en el barrio de Moncloa de Madrid, y es ejecutado en la misma tapia de la prisión. Se desconoce el destino de su cuerpo, seguramente enterrado junto con otras cientos de personas en el Parque del Oeste. El frente estaba entonces en Ciudad Universitaria, a doscientos metros de donde sucedieron estos hechos.
Y es que, a día de hoy, es aún un misterio quién mató a Luis Calamita. Porque a Luis Calamita lo mató alguien. ¿Vicente? Él defendió su inocencia hasta las últimas consecuencias. La cuestión va, con todo, algo más allá. “¿Es la persona que apretó el gatillo la que mató a Luis Calamita?”, se pregunta María Castro. La cuestión da para mucho. “Es un ejemplo de los dilemas morales a los que se tuvo que enfrentar parte de la sociedad. En la guerra no hay decisiones buenas, todas llevan un peso, porque lo cierto es que, si a alguien le ordenaban matar a otra persona y desobedecía, ya sabía que el siguiente era él”, reflexiona la autora del libro que pone de actualidad la historia de estos tres zamoranos.