“Dile a esos señores que vienen que yo las jotas no las pierdo por nada”. La charla ya venía con advertencia: ese ratito de los viernes a las siete no se toca. La encargada de subrayarlo es Asunción, una de las 40 mujeres que forma parte de la asociación femenina del pueblo. El colectivo organiza los bailes y también cursos de gimnasia, talleres de memoria o teatro en San Juan del Rebollar, uno de esos pueblos de Aliste que vale la pena conocer, siempre y cuando uno esté dispuesto a subir cuestas. Al coronar una de ellas se ubica la antigua escuela femenina, ahora reconvertida en un local social, que usan precisamente las mismas niñas que aprendieron a leer y a sumar entre sus paredes y que décadas más tarde libran desde allí una batalla pacífica, pero obstinada, por mantener viva la llama en su tierra, incluso en invierno.
Tras amarrar el compromiso de acabar antes de la clase de baile, Asunción se sienta a la mesa junto a dos de sus compañeras de asociación, María, la presidenta, y Antonia. También se une a la conversación Chema, en representación del colectivo cultural que funciona en el pueblo y también de la Coordinadora Rural, que tiene su sede social en San Juan del Rebollar. En total, tres asociaciones en una localidad con 142 habitantes censados. No está mal. Al abrigo de una estufa, con el otoño mostrando ya su rostro, los cuatro, todos de apellido Mezquita, charlan sobre la importancia del tejido social como sostén de la vida rural.
El origen de los colectivos
“La nuestra surge para solventar un problema”, arranca Chema. Carqueisa, como se llama el colectivo, nació de la mano de la organización de una carrera solidaria: “Alguien tenía que ser el responsable”, aclara el profesor alistano. A partir de ahí, se inicia un proyecto centrado en la organización de actividades culturales y de “reivindicación social” del pueblo que se suma a lo que ya venían haciendo las mujeres desde hacía un buen puñado de años.
Asunción aclara que el origen de su asociación, Mujeres Río Mena, se enmarca en la búsqueda de “reuniones, actividades y formación de grupos para hacer baile, costura o pintura” en el pueblo. Ya hace más de 25 años que se plasmó aquella idea que, desde entonces, “ha funcionado muy bien” merced a la propia voluntad de sus componentes: “Hay que estar constantemente moviéndose para buscar cosas”, indica esta mujer que, como muchas otras por la zona, se marcha algunos meses a la ciudad cuando aprieta el frío para regresar en el tiempo cálido.
Otro nutrido grupo se queda, sin embargo, en San Juan del Rebollar y el empuje de la asociación resiste a ese vaciado estacional. Su compañera María, presidenta ahora del colectivo tras regresar jubilada de Barcelona, da con una de las claves: “Se trata de que el invierno esté vivo”. Todas coinciden en que este es uno de los pueblos del entorno donde más funciona el modelo que ellas han implementado y remarcan que “vale la pena seguir tirando”.
Las mujeres, protagonistas
A su lado, Chema aporta una visión más global de la cuestión: “Si se hace un análisis de la provincia, vemos que el formato de asociacionismo más común es el de mujeres; en eso se sustenta”, señala el también responsable de la Coordinadora Rural, que destaca la variedad en las actividades que organizan ellas, en contraposición muchas veces con el ocio masculino en los pueblos.
En concreto, para las mujeres de San Juan del Rebollar, contar con este movimiento “es un incentivo” para quedarse en el pueblo, aunque una amenaza se cierne sobre el grupo; la misma que pone en jaque a la comarca en general: “La mayoría son mayores y no es que esté demasiado involucrada la gente de mediana edad”, apuntan Asunción y María: “El relevo generacional es un bache complicado”, añade Chema, que lamenta que la gente joven “está metida en otras dinámicas: “Las personas se tienen que mentalizar de que el movimiento asociativo es muy importante y de que tienen que formar parte de él”, apostilla.
Al hilo de eso aparece la inevitable conversación sobre la decadencia demográfica de los pueblos. Solo en lo que va de siglo, San Juan del Rebollar ha perdido en torno a cien vecinos: “Estamos en una vorágine en la que la gente se está yendo fuera para terminar de formarse, empieza a trabajar y ya hay un porcentaje de retorno muy pequeño. Ese es un problema serio y el pueblo lo está sufriendo. De los últimos 20 o 30 jóvenes que han salido, pueden quedar como cinco o seis”, analiza Chema.
Las tres mujeres escuchan, asienten y afirman: “Es muy difícil. Los jóvenes podrían estar en la gloria aquí, pero no sé si tienen medios”, opina Asunción. En ese punto, Chema tira del ideario de uno de los vecinos más conocidos, el párroco Teo Nieto: “Él te lo explica muy bien cuando habla de esa parte psicológica que influye en gente que siempre ha escuchado lo de ‘fórmate y vete’”, comenta el profesor del instituto de Alcañices, que menciona los casos de gente que puede verse “malviviendo” fuera, pero aún así se resiste a regresar.
La escuela de antaño
En las últimas décadas, muchas personas han salido de Aliste para no volver; también algunas de las compañeras de pupitre de las tres Mezquita que participan ahora de la charla en el mismo espacio donde un día escucharon la lección: “Veníamos en invierno y traíamos el brasero de casa, como una latita para calentarnos”, rememora María. Asunción añade: “Me acuerdo perfectamente de dónde estaba, al lado de María la de Martín. Éramos por lo menos 40”.
Entre estas mismas paredes, doña Isabel les dio clase y las enseñó a coser de un modo tan eficaz que ahora muchas de ellas son capaces de confeccionar “auténticas obras de arte”. Pero ahora no es momento de la aguja ni de la nostalgia. En otro local, espera Celia y aguardan las jotas. Las risas y la música invaden una sala que precisa de una silla sobre la puerta para evitar que el frío se cuele. Lo que no cabe es la tristeza; tampoco la soledad. Llega el invierno, pero la vida resiste en este rincón alistano.