Hace un día de niebla y de frío como anticipo a las primeras heladas, pero Juan José Prieto sale al corral sin más abrigo que un jersey. El vecino anda entre las gallinas y hace las jeras con calma antes de alzar la vista desde su puerta y saludar. Su casa se encuentra en el centro de San Pedro de las Cuevas, un pueblecito de la Tierra de Alba, perteneciente al municipio de Santa Eufemia del Barco, donde la vida pasa tranquila. Quizá demasiado, salvo para los que van allí de vez en cuando simplemente en busca de la paz.
El acceso al pueblo desde Perilla se realiza por una carretera provincial bien arreglada, asfaltada recientemente y con la sinuosidad como único hándicap. Ya en las calles, los vecinos disponen de una zona de ejercicio para mayores, de un parque para niños y de una iglesia imponente que ahora se ve desde más puntos de la localidad que antes, y no precisamente porque se hayan creado miradores. Lo que ocurre es que muchas casas deshabitadas se han venido abajo y han llenado el lugar de construcciones en ruinas que expresan llanamente lo que hay.
“Las casas se caen porque la gente no se preocupa”, explica Juan José, que a sus 61 años ha visto marchar a casi todos los vecinos que conoció. A principios de los 70, San Pedro de las Cuevas tenía 81 habitantes; ahora solo son 8 censados, aunque en algunas fases del invierno pueden subir a 12. La caída oficial en el último medio siglo es del 90% del capital humano. La cosa está fea.
Herederos que no van
En lo concerniente en concreto a las casas, Juan José aclara que, en muchos casos, las parcelas y las viviendas ruinosas son propiedad de herederos que jamás ponen un pie en el pueblo y que dejan esas herencias a su suerte. En un paseo rápido por la zona se pueden ver multitud de escombros e incluso algún optimista cartel de se vende sobre lo que un día fue una casa y ahora son trozos inconexos de materiales.
Acostumbrado a esta realidad, Juan José vive adaptado al escenario que se ha dibujado en su entorno. El médico no va hasta allí, salvo que “uno se ponga muy malo”, pero el vecino matiza que sí acude una vez a la semana a Perilla, a 3,5 kilómetros. El panadero y el tendero ambulante sí se pasan directamente por San Pedro otra vez por semana y esa es la ocasión que aprovechan los vecinos para abastecerse sin desplazarse.
Lo que pueda ocurrir a partir de ahora en este escenario de despoblación casi total ya no depende de Juan José, por lo que el vecino tampoco parece darle mucha importancia. Su casa sigue en pie, él la cuida. Con eso vale.