Antonio Martín es maestro. Es de Zamora y trabaja desde hace seis años en la escuela de La Hiniesta. Y o mucho cambia el panorama, o será el último maestro de la escuela del pueblo. De un centro que ha tenido, en sus tiempos, más de cien chavales estudiando a la vez. Un edificio grande que dividía las aulas de niños y de niñas (aún hoy se ve, en las puertas de entrada, el sexo de los estudiantes que ahí se formaban) y que hoy está parcialmente cerrado, parcialmente ocupado por la escuela y en el que incluso encuentra cabida el bar del pueblo. En La Hiniesta, escuela y bar comparten edificio.
El futuro del bar y el de la escuela eran el mismo en el pasado mes de junio, ambos estaban abocados al cierre. La escuela bajaba de la barrera de los cuatro alumnos y la persona que gestionaba el bar lo dejaba. La llegada al pueblo de Ronald Torres, un emprendedor venezolano, y su familia, han permitido que el pueblo mantenga hoy el negocio y el centro escolar. Ronald abre el bar y gracias a Jesús, el sexto de sus siete hijos, la escuela sigue abierta.
Jesús tiene tres compañeros: Ivan, Judith y Joel, aunque en el momento en que se hizo este reportaje estaba solo con su compañera. Una niña de 11 años que cursa sexto de Primaria y que el año que viene irá a Zamora al instituto. Jesús tiene cinco, cursa infantil. “¿Cómo se relacionan entre ellos?” “Bien, bien”, asegura Antonio, que no quita un ojo de sus alumnos. “Aquí la educación pues ya ves, es casi personalizada. Son como clases particulares. Y los estudios dicen que el nivel que se adquiere es incluso mayor que en la educación, digamos, normal”.
«La adaptación al instituto siempre ha sido buena, no hay problemas en ese aspecto»
Antonio Martín, maestro
Judith y Jesús se muestran realmente autónomos, aunque la relación entre ellos más parece la de dos hermanos que la de dos compañeros de clase. “Vamos, Jesús, a comer”, le dice Judith a su menudo compañero justo en el parón de media mañana. Ella ya come y él todavía juega. Hoy no han salido al patio, llueve. “¿Y la adaptación al instituto?” “En todos los casos ha sido buena”, argumenta el profesor.
“Entre ellos se ayudan mucho, y juegan juntos”, argumenta el maestro del colegio. Cuando Antonio explica algo a los más pequeños, los mayores escuchan y les sirve de recuerdo. Cuando explica a los mayores, los pequeños también atienden y les sirve de adelanto». En la escuela de La Hiniesta se da clase a Infantil y Primaria.
Antonio es un gran defensor de la escuela rural. “Este sistema puede ser costoso para la administración, pero la educación es un derecho para los niños del entorno urbano y para los de los pueblos”, asegura. “¿Y la experiencia del profesor, cómo es?”. “Gratificante, muchas veces. Y otras, duro. Es duro porque estás solo, supone una presión añadida al trabajo. Si a mí me pasa algo, no tengo en quién apoyarme. Si tuviera a otro compañero…”
El futuro del centro
Más que posiblemente, el año que viene el centro cerrará. Judith se va al instituto y el más pequeño de la familia de Ronald Torres es un bebé de meses y todavía no está en edad escolar. Los niños irán, seguramente, al colegio de Roales, que también depende del CRA de Tierra del Pan, que está en Monfarracinos. Moreruela también está en serio riesgo de cierre, un centro también del mismo CRA, que se reduce al ritmo al que los niños desaparecen de los pueblos.
Si nada cambia, La Hiniesta perderá el colegio. “Para un pueblo perder el colegio es triste. Donde hay niños, hay alegría, hay futuro. Si el pueblo pierde el colegio, pierde otro servicio. ¿Qué familia va a querer venir a La Hiniesta, como va a atraer población?, se pregunta el maestro. “Un pueblo sin colegio… ¿qué futuro tiene?”