Los viajes a Islandia en caravana o en furgoneta camperizada han proliferado en los últimos años de la mano del creciente número de personas que aspira a conocer las maravillas naturales que ofrece el país lejos de su capital, Reikiavik. Los que optan por esta fórmula pueden desplazarse por gran parte del territorio con total libertad, pero se pierden algo. «Cuando alquilas el vehículo, tienes una cláusula que te dice que no te puedes salir de las vías asfaltadas», explica Igone Mariezkurrena, una mujer que, en 2021, llevó la aventura sobre el terreno 1.200 kilómetros más allá, al no tener la necesidad de utilizar medios de transporte a motor.
Esta periodista vasca utilizó la bicicleta para acceder a las rutas por los fiordos noroccidentales y descubrir así la parte más deshabitada de Islandia, el que dicen que puede ser «el último rincón salvaje de Europa». Mariezkurrena tomó un ferri hacia su punto de partida y comenzó una ruta de aproximadamente un mes que completó entre mediados de abril y mediados de mayo, cuando el calendario marca primavera, pero «el tiempo es aún totalmente invernal». No en vano, la zona se ubica cerca del Círculo Polar Ártico y de Groenlandia.
Mariezkurrena narró su aventura en Islandia durante la charla que ofreció en el marco de las jornadas de montaña y naturaleza de Benavente, que tuvo lugar este jueves y que sirvió para que los asistentes escucharan los pormenores de un viaje con frío y nieve y en una soledad casi absoluta. La región que visitó la ponente cuenta con 7.000 habitantes, pero muchos de ellos están censados en casas que ocupan solamente durante el verano, como segunda residencia.
Además, como los turistas no pueden acceder con sus vehículos, tampoco hay hoteles, hostales o campings abiertos: «Estaba todo prácticamente cerrado», recuerda Mariezkurrena, que se llevó lo básico encima. Principalmente, alimentos como arroz y embutido, «que no ocupan, pero que dan mucho de sí». Solo al final, encontró alguna gasolinera que le permitió hacer ciertas compras para los últimos días en esta ruta circular por la parte más desconocida de Islandia.
Paisajes cambiantes
En un trayecto tan largo, la viajera se topó con paisajes de todo tipo: playas salvajes y kilométricas, puertos de montaña con nieve, zonas abiertas para pedalear por el entorno de los fiordos e incluso algunos pueblecitos pesqueros. En concreto, aquellos lugares que en el siglo XVII rivalizaron con los balleneros llegados del norte de España y que, durante 400 años y hasta 2015, mantuvieron una ley, sin valor en los últimos tiempos, que les permitía matar vascos. Se derogó en 2015, por suerte para Mariezkurrena.
En todos estos tramos, la protagonista de la historia pedaleó muchas veces desesperada por el viento y con una tienda ligera encima que le servía como recogimiento durante las horas de sueño: «Solamente había tres horas de oscuridad por la noche, pero llegaba tan cansada a diario que caía rendida», recuerda. Lo que no sintió la ponente de la charla de este jueves fue inseguridad: «Cuando entraba en contacto con alguien, lo que hacían era extrañarse por verme allí, sobre todo en una temporada ajena al verano», explica.
Mariezkurrena recomienda el viaje, pero no para cualquiera: «No es el mejor destino para hacer un viaje en bici por primera vez», constata. Ella había realizado recorridos similares previamente por China y por Cuba, y había trabajado como periodista cubriendo expediciones al Himalaya. Nunca, eso sí, había conocido una naturaleza bruta como la de Islandia, aunque Europa siempre es Europa: «Ante posibles caídas, tenía cobertura en todas partes».