El pasado mes de agosto comencé a trabajar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. A pesar de que siempre he sido una gran aficionada al arte, nunca he recibido una formación específica, así que mi síndrome de la impostora me obligó a encerrarme en ese lugar hasta aprendérmelo todo para que nadie pensara siquiera que yo no debería estar allí.
Mis dos primeros días de trabajo los dediqué a recorrer el museo entero y tomar notas de lo que me llamaba la atención, para luego buscar información y completar este entrenamiento autoimpuesto. Empecé por la colección permanente y decidí seguir el orden que el centro propone a sus visitantes, a través un recorrido dividido en episodios que organiza las obras por temas, y no por autores.
Uno de esos temas, supongo, son las mujeres artistas. Y digo supongo porque el resto de temáticas que puedes encontrar en este museo no tienen nada que ver con el género de quien cogió el pincel o con cualquier otra característica personal. Que no hay una sala de pintores rubios o fotógrafos zurdos, vamos.
En la sala 203.02, casi escondida a la vuelta de una esquina del imponente edificio que es la sede principal de este museo, se encuentran (si pones de tu parte para encontrarlas) las Mujeres en vanguardia. Una pequeña estancia dedicada a un reducido grupo de pintoras de clase media-alta que consiguieron, “gracias a sus circunstancias excepcionales, emprender un camino personal que pasaba necesariamente por su emancipación”, tal y como puede leerse en los textos que explican la colección.
No, no voy a escribir una denuncia por dejar, de nuevo, a las pintoras relegadas a una sala apartada. En el Reina Sofía se pueden ver obras hechas por mujeres en varias zonas de la colección, algunas de ellas ocupando espacios muy importantes en las salas más visitadas. Escribo para expresar el disgusto que sentí cuando, en esa sala de Mujeres en vanguardia me fijé en una ilustración muy curiosa, y al consultar el nombre de la autora me topé con lo siguiente: “Delhy Tejero. Toro, Zamora, España, 1904 – Madrid, España, 1968”.
Hay una zamorana en el Reina Sofía. Sus obras se exhiben junto a las de Picasso, Dalí, Miró, Tàpies o Ángeles Santos. Y yo no tenía ni idea.
Qué rabia enterarse tan tarde de la existencia de Delhy Tejero. Creo que esta toresana habría sido un referente interesante, pero los zamoranos (no es un masculino genérico, todos eran hombres) ilustres de los que nos hablaron en el cole fueron otros.
La investigadora Teresa Alario defiende que Tejero encajó plenamente en el modelo de mujer moderna que apareció en España en los años 20 del pasado siglo: una mujer que accedió a estudios superiores, que ejerció una profesión (artística, en este caso), que viajó y que se relacionó con otros artistas. Delhy tuvo muchos amantes, pero nunca se casó ni tuvo hijos, lo que le permitió tener la libertad e independencia necesarias para desempeñar su trabajo: fue pintora, ilustradora, muralista y profesora.
Cien años después, en los años veinte del siglo XXI, otra zamorana que también tuvo que salir de su ciudad para poder cursar estudios superiores y desarrollar una carrera circundante a lo artístico, que está soltera y sin hijos y disfruta de sus amantes, se planta frente al autorretrato de Delhy Tejero que se expone en esa sala de Mujeres en vanguardia. Habiendo hecho ya los deberes, ha leído artículos y libros para saberlo todo sobre la pintora.
La miro a los ojos, desafiantes, enmarcados en ojeras, sabiendo ya de su convulsa vida, su autoexigencia, sus férreos valores, sus problemas de salud mental y pienso: “buah, soy yo literal”.