En la película Cinema Paradiso, el protagonista, un niño apodado Totó, contacta con el cine a través de las proyecciones que se realizaban en su pequeño pueblo italiano. En aquellas sesiones, el muchacho acaba por intimar con el operador de la instalación, un hombre llamado Alfredo que inicialmente le desprecia y que más tarde le acaba adoptando como pupilo. En la ficción, ese chico se convierte años más tarde en un gran director en Roma, pero jamás se olvida de la persona que le inculcó el amor por la gran pantalla.
En la vida real, un niño llamado Fernando, más o menos de la misma edad que aquel Totó, se inició en el mundo del cine de un modo muy similar. En este caso, las sesiones eran al aire libre, en el Cádiz de 1910, y los muchachos pagaban una perra chica por ver las películas del revés. Es decir, de frente al proyector, tras la lona, y al otro lado de quienes podían permitirse abonar una perra gorda. Fascinado por ese mundo, aquel pequeño de 8 años también decidió subir a la caseta donde estaba el cinematógrafo y acabó despachado de malos modos por el operador.
No está claro si hubo reconciliación entre aquel proyeccionista gaditano y el muchacho, pero la realidad es que el protagonista de la historia real, como el de la película, también acabó por dedicarse al cine y a grabar películas. Su nombre era Fernando López-Heptener (1902-1993), un hombre muy vinculado a Zamora y tan especial que, incluso 30 años después de su muerte, ha llegado a estrenar una película en 2023. Se trata de un documental sobre la construcción del embalse del Esla, el primero de este estilo para el cineasta, que se presentó este domingo en el festival Etnovideográfica, de la mano del patrocinio de Iberdrola.
Una diversidad de planos poco habitual
La película, hallada recientemente por la familia y restaurada con los sistemas de digitalización que permiten los avances modernos, se enmarca en los primeros años 30, poco después de que López-Heptener aterrizara en la provincia para trabajar como delineante y fotógrafo para Saltos del Duero. En la proyección realizada en Zamora, comentada por varios de los descendientes del propio director, se pueden ver imágenes en movimiento, hasta ahora inéditas, de la construcción de una obra de ingeniería muy compleja para la época.
Uno de los hijos de Heptener, Guillermo López Krahe, explicó que “el rodaje a manivela fue laborioso y lleno de dificultades” y destacó especialmente la “diversidad de planos” que tomó su padre, algo poco habitual para la época. Esa inquietud por hacer una grabación completa llevó al autor a filmar el reconocimiento del lecho del río que hicieron los buzos, vistas panorámicas de la zona en obras, distintas fases de los trabajos en la cantera, el día a día de las palas excavadoras, de los ferrocarriles de transporte, de las cintas o de las hormigoneras, e incluso de uno de los puentes sobre el Esla.
La revelación de estas imágenes, que se pudieron contemplar mientras sonaba en directo la guitarra de Diego Gonçalves, constituyó el punto álgido de una sesión dedicada, por lo demás, al trabajo realizado por López-Heptener en Zamora durante los años 70, la época en la que el óptico y cineasta se jubiló, sin que ello significara el abandono de su actividad. De esa etapa es el documental Grandes Presas (1973), que también se proyectó este domingo.
Recuerdos del NO-DO
Pero más allá de lo que tiene que ver con Saltos del Duero, la cita de Etnovideográfica también sirvió para que los asistentes, que llenaron la sala, disfrutaran de la proyección de varias imágenes de Zamora, muchas de ellas vinculadas a la actividad de López-Heptener como corresponsal del NO-DO. En ese contexto aparecieron planos de las gentes bañándose en el Duero y en las piscinas, así como recorridos de todo tipo por el Románico de la ciudad.
También provocaron los murmullos de la gente las imágenes del trabajo de varios artistas zamoranos en unas grabaciones de 1978. Entre ellos, destacaban figuras como Antonio Pedrero, Tomás Crespo Rivera o Alberto de la Torre, personas del mundo de la cultura, el área predominante en estas proyecciones que mostraron igualmente pasajes de la bienal de pintura del 73 en la ciudad o del certamen de cortometrajes del 77, que contó con la presencia, entre otros, de José Luis López Vázquez.
Durante la sesión, Guillermo López Krahe citó además la existencia de una archivo fotográfico personal de su padre, unas imágenes que “guardaba en casa” y que podrían formar parte de alguna muestra futura vinculada a la ciudad de Zamora, según deslizó.