Aurora Galisteo (Alcorcón, 1991) no quiere marcharse de Aliste, la comarca de sus antepasados y el lugar al que empezó a volver en 2018, cuando sus estudios sobre los retablos rurales la trajeron de vuelta a sus raíces. Aquel regreso inicial vino vinculado al Trabajo Fin de Grado de esta mujer que ya era historiadora del arte, que se graduó entonces en Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural y que, tras cursar su Máster, se embarcó en una tesis sobre los retablos situados en los templos de Aliste y Alba. Ya en 2022, el avance de ese trabajo y su papel en Salus, la exposición de arte religioso que se organizó en Alcañices, le permitieron instalarse en su pueblo, Tolilla, la localidad de apenas 10 habitantes que ahora echa en falta cuando le toca pasar temporadas en Madrid.
– ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
– Mi abuela es de Tolilla y mi bisabuela también lo era. Yo había venido todos los veranos de pequeña, pero luego hubo una época en la que dejé de hacerlo: lo típico, el periodo de la adolescencia en el que prefería estar en Madrid porque yo al final aquí no tenía amigos. Luego, empecé a cogerle el gusto cuando, en el Grado de Conservación y Restauración, me pidieron para el Trabajo Fin de Grado que hiciera el diagnóstico de una obra y propusiera los tratamientos. Entonces, escogí el retablo de mi pueblo porque era una obra que era accesible, que tenía muchos daños y me daba bastante juego. Ahí le cogí el gusto a los retablos y a volver al pueblo, escogí el mismo tema en el Trabajo de Fin de Máster y luego decidí hacer la tesis doctoral. En ese momento, ya fue cuando empecé a venir más, me cogieron para la exposición Salus que se hizo en Alcañices y me vine a vivir aquí. Pasé ese tiempo y ahora no me querría ir.
– Aparte de lo que ha visto en Tolilla, ¿ha encontrado deficiencias difícilmente subsanables en las iglesias por la falta de gente preocupada por ofrecer una solución?
– La situación es bastante dispar en toda la comarca. Pensamos que en los pueblos muy pequeños va a estar todo con unos problemas impresionantes por goteras o porque el retablo va a estar que se cae, y por lo general coincide, pero también hay casos excepcionales en los que el pueblo está volcadísimo con todo lo que es el tema de sus iglesias y en cuanto tiene una partida de dinero ya es para pintar o para alguna mejora. Solemos pensar que está todo en peor estado de lo que realmente está. Al final, depende de la gente, que es por lo que se conserva el patrimonio. Si no hay un mínimo de interés es cuando se pierde todo.
– ¿Cuántas iglesias ha visitado en este tiempo y cuáles son los principales problemas que se ha encontrado?
– Hasta ahora debo llevar como treinta templos. Todavía me quedan bastantes, pero hay tiempo. Lo peor es el tema de las goteras. Un tejado que está en mal estado, por el que se está colando agua que le cae directamente al retablo. Eso es lo más perjudicial que puede pasar, aparte de alguna catástrofe tipo incendio. Y sí que hay bastantes. Es relativamente fácil que salgan goteras y lo peor es que eso se alargue en el tiempo y no se corrija. Si esa situación se deja durante años, el tejado incluso empieza a caerse y, de un presupuesto relativamente asequible, pasamos a un dinero difícil de conseguir.
«Que un pueblo esté volcado con su retablo ya hace que valga la pena conservarlo»
– ¿Y eso quién lo paga?
– Para las obras en las iglesias, la diócesis suele poner dinero. Luego, una parte tiene que correr a cargo del pueblo y pienso que está muy bien que se sientan implicados. Es una manera de generar el vínculo para querer cuidar el templo.
– ¿Existen retablos de mucho valor o muy antiguos en los templos de Aliste que constituyan joyas desconocidas para la sociedad zamorana?
– Me hace gracia eso de muy antiguos, porque parece que cuanto más lo son más valor tienen. De los retablos que hay, el más antiguo es de principios del XVI, pero la mayoría son del siglo XVIII y son barrocos. Hay algunos que son muy, muy buenos y que están documentados para conocer quiénes los realizaron. Muchos tienen bastante valor a nivel histórico-artístico, pero hay que pensar en el valor que tienen para el propio pueblo, porque a lo mejor muchas veces pensamos que un retablo no tiene significación, pero la gente está volcado con él. Eso ya merece que sea conservado y se tiene que tener en cuenta.
– ¿Cuánto tiempo puede llevar la restauración de uno de estos retablos, si es que todavía se pueden recuperar todos los que están dañados?
– Que no se puedan restaurar… Lo más importante, y en lo que hay que poner más atención, es en que el retablo esté estable estructuralmente. Si la madera está carcomida o tiene problemas de hongos o está debilitada, eso hay que abordarlo. Luego llama mucho la atención la parte estética, la limpieza. Pero es que en algunos retablos encontramos un barniz tan amarillento u oscurecido que los vemos marrones y en realidad son blancos. ¿El tiempo? Depende muchísimo. En cuanto a los irrecuperables, si la policromía se ha perdido, casi se lo estarían inventando.
– Hace años, los pueblos tenían misa, como mínimo, con una periodicidad semanal. Ahora pueden pasar semanas o meses sin celebraciones. ¿Hasta qué punto influye esto en los problemas que se encuentran en estos lugares?
– Con los retablos pasa lo mismo que con las casas del pueblo. Al final, si no vamos a menudo, se van deteriorando. Todo requiere un cierto mantenimiento. Cualquier bien que deja de estar en uso, para empezar, pierde su razón de ser. Las misas antes eran cada domingo por lo menos y ahora ha bajado la periodicidad, eso se nota.
– ¿Los retablos se tienen que mantener siempre en el templo en el que están o, en ciertos casos, conviene que se trasladen para evitar que se estropeen más?
– Este es un tema muy complicado y yo creo que no hay una solución consensuada por parte de todos, pero un retablo está hecho para un contexto, y sacarlo de esa iglesia lo que hace es restarle valor. Ahora bien, si el inmueble se cierra y no va a haber un mantenimiento, eso al final no te sirve de nada encerrado. ¿Lo puedes trasladar? Sí, pero pierde el contexto para el que fue creado. Tenerlo en un museo está bien, pero se pierde la parte del objeto litúrgico. La otra opción de llevarlo a un almacén es como sentenciarlo.
«Vivir aquí ha cambiado el enfoque que tenía de la tesis»
– Más allá de su labor profesional, ¿cómo recibió la gente su presencia en el pueblo y dentro de las iglesias?
– Fue muy difícil, porque mucha gente no sabía lo que estaba haciendo. Y claro, como me veían que podía estar aquí viviendo todo el tiempo, pero no sabían exactamente cuál era mi trabajo, pues acabé diciendo que teletrabajaba. Incluso, la gente que me abre las iglesias, aunque el párroco les haya avisado antes, tampoco lo tiene muy claro. De hecho, me dicen: tú vienes a sacar fotos y ya, ¿no? A veces te dan pie a que se lo expliques; otras les da un poco igual. Pero sí que es verdad que a la gente a la que le interesa el patrimonio se ha volcado conmigo. En este tiempo, he conocido a gente súper dispuesta a ayudarme. Ya no solo a abrirme su iglesia, sino a cualquier cosa que necesite extra. Al final, yo me he hecho una vida aquí y la gente me ha contado cosas de las iglesias, de los retablos, de cómo se hacen determinadas procesiones o actos religiosos; también leyendas relacionadas con alguna escultura que no están recogidas en ningún sitio y que habría sido imposible conocer. Ellos no le dan valor, pero a mí me ha servido.
– El contexto sociocultural no se puede buscar en ningún otro sitio.
– Claro, aquí no vale ir a una biblioteca a consultar un libro. Aquí es vivirlo. Y por eso me ha gustado tanto venir. Sin vivir aquí, no habría llegado a comprender el contexto, cómo vive la gente ciertas celebraciones, cómo percibe su patrimonio… Esto ha cambiado el enfoque que tenía en la tesis.
– ¿Y cómo ha cambiado su mirada hacia el pueblo?
– Yo tenía una idea bastante peor, con prejuicios. Incluso, en lo referente al trabajo. Pensaba que son pueblos muy pequeños y que seguro que los retablos estaban todos muy mal. Pero luego vienes y la realidad es que no están todos tan mal. Y con la gente, lo mismo. A lo mejor, alguien que viene de fuera piensa que todo el mundo se dedica a la agricultura y a la ganadería y ya está, pero aquí hay de todo. No necesitas salir de Aliste para nada. He tenido un cambio de mentalidad en relación al medio rural.
– ¿Le costó mucho acostumbrarse al cambio de ritmo?
– ¡Nada! Desde la primera semana me hice muy bien a estar aquí porque es todo un ritmo muchísimo más tranquilo. La gente es súper amable. Venir aquí me ha cambiado cómo soy. Me cuesta muchísimo más volver a Madrid. Me encantaría quedarme aquí, ojalá pudiera, pero mientras pueda pasar temporadas largas, pues tan contenta.
«Igual no se trata de irse de repente a un pueblo de ocho habitantes, pero sí a sitios más pequeños fuera de las grandes ciudades»
– ¿Cómo interpreta las posibilidades y el deseo de la gente joven de quedarse en comarcas como Aliste?
– Es algo que me da mucha rabia y que me da bastante pena, porque sí que veo a gente a la que le gusta el pueblo, pero que no le queda otra que marcharse; que si estudian se acaban yendo fuera; o que se quedan, pero todos sus amigos se han ido. Eso me lo han transmitido bastante y es el gran pero de esta zona.
– ¿Las nuevas tecnologías abren una ventana al resurgir?
– Sí, hay bastante gente que teletrabaja. Lo que pasa es que es algo que todavía está incipiente, y readaptar los trabajos aún es complicado. Lo veremos dentro de unos años, pero puede ser.
– ¿Qué le dicen sus amigos de Madrid cuando les comenta que le gustaría quedarse a vivir en Aliste?
– Al principio les extrañaba mucho, pero luego lo entendieron. Y viendo las fotos que subo del campo, los paisajes… Todo el mundo querría esto todo el año, pero no puede. Estoy convencida de que mucha gente piensa lo mismo. Igual no se trata de irse de repente a un pueblo de ocho habitantes, pero sí a sitios más pequeños fuera de las grandes ciudades.